Fue Abril
cayendo jugosamente entre mis placeres de sodomita
entregado
junto a las manchas que
delataban esa frenética obsesión
de chiquillo enfermo,
arruinado, un suicida templado
del ardor que causabas cuando
me obedecías
estirándote, moviéndote
agachada, mordiendo las paredes
de un hotel desquiciadamente
inhabitable
donde pude ver tu cicatriz al
voltearte, con la forma de todos los cíclopes
arrechos que entraron en ti
para luego mostrar su falo
ebrios por el morbo sagrado
y decir que fuiste un cache
más, mientras tú creías que iban enserio.
Qué chucha escribir sobre eso,
te pregunté cuántos fueron y me
odiaste.
Yo, el enloquecido, el que se
tocaba después de clases para recordarte
cuando no teníamos la culpa de
que la sangre no pueda lamerse
sin sentir asco.
¿Ahora, en quién te has
convertido?
A quien le enseñas los senos
incentivando que se venga después de ti.
Revolcándonos entre los
corredores secretos de esa universidad
a la cual hoy no quiero volver
porque ahí nos emborrachamos
y dimos de beber a los perros,
creímos que estábamos domesticando el averno.
No jodas con eso, decías.
Porque yo no sabía cómo vaciarme a fuera
sin sentir lástima por todas
las criaturas que abortábamos sobre el gras.
Te fascinaba alucinar mientras
seguías lubricando despacio
que algún día alguien te
dedicaría versos sucios escritos
en los espejos rotos de los
baños.
Pero nadie más que yo lo hizo,
por eso que me abrías las piernas complacida
y el semen caía sobre nosotros
como una garúa infinita.
Yo prefería quedarme
masajeándote el clítoris
antes que regresar a casa,
chuparte los pezones o exhalar
humo en tu cuello,
eso antes de volver a mirar
porno a solas.
Ya no, contigo era lo que tanto
había alucinado con las hormonas.
Contigo el arte era llegar al
orgasmo sin sentirla flácida después.
Y ahora, dónde estás, quién ese
ese tipo con el que te grabas
a quien le pides que te escriba
versos sucios en los espejos
rotos de los baños.
Quien te somete a experimentar
cuánto tiempo puedes estar
sin romperte los huesos en una
posición nueva.
Pero ya no importa, si entre
las cicatrices que tienes atrás
cuando él te voltea, ahí,
frenéticamente excitado.
escribí, mi mejor poema.
Eduardo Saldaña - Una muerte no es suficiente
Eduardo Saldaña nació en Trujillo en 1995. Estudia Lengua Nacional y Literatura en la Universidad Nacional de Trujillo. En el 2017 obtuvo el primer puesto, moción poesía organizado por la Facultad de Educación y Ciencias de la comunicación, de la UNT. En el 2019 ocupó el primer puesto de los juegos florales organizado por la misma universidad. Ha publicado las plaquetas: LA COMEDIA INÚTIL bajo la Editorial PALOMA AJENA y CARTOGRAFÍA DEL DESASTRE con NIÑO CANÍBAL. Algunos textos suyos aparecen en las revistas Molok y Verboser. Actualmente trabaja en su primer libro de cuentos.